Sitges es, al decir de Sabina, "un pueblo con mar". Se encuentra 38 kilómetros al sur de Barcelona, típicamente mediterránea, como Salou y Cambrils.
Posee una historia antiquísima, desde antes del período neolítico hubo en ella asentamientos humanos.
En cataluña la conocen, actualmente, como "ciudad de los gay". En realidad, yo no los vi más que en cualquier otra de las playas catalanas que visité. Lo que sí aprecié fue gente, hétero, homo y bi, muy liberal en el sentido de compartir y disfrutar un bello espacio sin estar pendiente del prójimo. Sobre la arena de Sitges el sol no distingue toples, nudistas o "normalitos", que se bañan o broncean sus cuerpos sin temor a ser observados o perjudicados por prejuicios ajenos. Allí dimensioné esa maravilla de la desnudez por puro placer y comodidad ancestral, ni moda ni snobismo, simple humanidad rescatada de tanta tradición y pecado original.
Desde la estación de trenes hasta la rambla caminé la pequeña ciudad y recorrí sus varios kilómetros de playa, almorcé en una pequeña cantina, tomé sol sobre las rocas y nadé en sus aguas claras. Lo fantástico fue que desde el primer momento hasta la despedida, Sitges me obsequió aires de libertad y un andar placentero que contagia.
Con ojos de fotógrafo, corazón de poeta y gratitud de peregrino. Regresamos al camino con las imágenes y los sentires que dejamos atrás. Vaya este espacio para aligerar la carga, descorchar emociones y compartir senderos.
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