Esta imagen pertenece al Puerto de Iraklión (de Herácles, Hércules). Desde aquí se accede a uno de los centros mejor conservados de la civilización minoica (2500 a.C): el Palacio de Cnossos, en la Isla de Creta, Grecia.
Visitar aquel sitio es una experiencia inefable, especialmente si se tiene consciencia de estar sobre la cuna de la civilización occidental. Es así porque allí se originaron los elementos culturales que, muchos siglos después, serían el fundamento material y anímico de la Grecia Clásica.
La pintura y la arquitectura de Cnossos son testigos de una sociedad próspera y, según se cree, bastante igualitaria. Así lo indican los recintos que habitaban los trabajadores, sus vestidos y prácticas cotidianas no muy diferentes a los de la nobleza. Los corredores y pasadizos de este palacio dieron origen al legendario laberinto del minotauro. Pero, más allá del tenebroso mito, las pinturas costumbristas hablan de una sociedad pacífica, refinada y culta. Una admirable sociedad donde la mujer habría gozado de una elevada consideración y accedía a las mismas actividades que el varón. Los cretenses fueron grandes marinos y comerciantes, muy apegados a las escenas de mar en el arte y a los horizontes amplios en la vida; admiradores y cuidadosos amantes de la naturaleza.
Como podrán ver, si los testimonios y las interpretaciones arqueológicas son correctas, la civilización occidental posterior, nuestra cultura actual, debió perder muchos valores por el camino. Al salir del palacio de Cnossos, en fotográfico silencio, me preguntaba si las verdaderas ruinas estaban aquí o en las ciudades modernas a las que iríamos más tarde.
Con ojos de fotógrafo, corazón de poeta y gratitud de peregrino. Regresamos al camino con las imágenes y los sentires que dejamos atrás. Vaya este espacio para aligerar la carga, descorchar emociones y compartir senderos.
En el gran viaje de la VIDA..., viajemos por la vida
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