La verde pradera se abría al pie de una arcada de colinas redondeadas y se extendía más allá del río. Luego se conocería a la región con el nombre de La Toscana. El sueño del arte occidental decidió permanecer en aquel sitio sin despertar, ora porque su cansancio era grande, ora porque el verdor le era impermeable..., pero mucho más por la fragancia de la hierba y la proximidad al río. Allí coincidieron el perfume, el color y el discurrir lento del agua que requerían las deidades y las musas para hacer reposar al sueño del sueño del arte. Al amanecer fue convertido en ciudad, la ciudad fue para los hombres y los hombres la declararon museo: se llama FLORENCIA. Hasta aquí la leyenda.
Por su parte, cuenta la historia que "Florentia" (en latín, "florecimiento) fue fundada por Julio César en el año 59 a.C. sobre el camino imperial hacia el norte, donde se encuentra la actual Plaza de la República. Tomó aquel nombre por la impresión que provocó en el general romano la profusión de flores silvestres que cubrían la pradera y el valle del Arno en primavera. A partir de entonces la ciudad cobró importancia rápidamente. Al igual que el resto de la península fue presa de invasiones y grandes luchas: ostrogodos, bizantinos y lombardos se la disputaron. Más tarde Carlomagno y el auge del comercio. Así hasta la consolidación de la ciudad renacentista hacia el siglo XIV. Entonces fue patria de Giotto, Boccaccio, Alighieri, Maquiavelo, Miguel Ángel, Leonardo da Vinci, Botticelli, Donatello, el gran Brunelleschi y tantos otros artistas y literatos humanistas, que encontraron en Florencia el sitio más acogedor para sus actividades. Aquí eran protegidos (y extorsionados) por el mecenazgo que ejercían las poderosas familias de comerciantes que señoreaban la ciudad, siendo la de los Médici tal vez la más representativa.
Personalmente no agregaré demasiado: tan sólo la emoción que me causó caminar por Vía Panzani y, de sopetón, ver como me caía encima la inmensa Piazza del Duomo: El baptisterio de San Juan, el campanile de Giotto y la basílica de Santa María del fiore. Mármoles blancos, verdes y rojos acogiendo infinitas esculturas, sobrerrelieves y flores de Lis. Las lágrimas de Rosana. La caminata hasta la Piazza de la Signoría, con su Palazzo Vecchio; al museo del Bargello con refrescante lluvia de verano; la galería de los Uffici con más y más arte. Luego, por callecitas que asemejan los pasillos de un museo, llegar a orillas del río Arno. Cruzarlo por el Ponte Vecchio y andar el "altrarno" con pasta fredda y vino rosso, hasta el enorme palazzo Pitti. Y tantos sitios más, tanta ensoñación coronada en vista panorámica desde Piazza Miguel Ángel.
¡Y tantas palabras para decir tan poco! Florencia es inefable. Me es imposible escribir algo sobre ella sin quedarme con esta sensación de "nada". Probablemente esto venga a confirmar la leyenda: quizá las infinitas impresiones que la ciudad provoca floten planeando y caigan al interior del alma, para soñar junto al sueño del arte occidental, en medio de la Toscana italiana.
2 comentarios:
Excelente relato y maravillosas imágenes. Gracias por compartir estos bellos y mágico momentos
Un abrazo
Chupín
A vos Patri, Muchas gracias. Realmente no sabía que escribir sobre Florencia..., es inefable, te quedás sin palabras. Ojalá un día camines por sus calles. Ahí comprenderás lo que te digo. Cariños.
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