La ciudad de Éfesos alcanzó, hacia el siglo primero, la consideración que hoy goza Las Vegas en Estados Unidos: capital del entretenimiento y la diversión. Llegó a ser famosa por sus burdeles, sitios de juego, las fiestas que se celebraban en honor de Artemisa (Diana, la cazadora), el teatro y la gran biblioteca. Hombres de todo el imperio visitaban la ciudad en busca de distracción. En sus avenidas podían verse baldosones que indicaban cómo llegar a los prostíbulos.
Sin embargo, la historia de Éfesos es mucho más rica y diversa. En sus orígenes remotos pudo ser la ciudad de Apasa, que los escritos hititas mencionan como la capital del reino de Arzawa. Luego, hacia el siglo XI a.C., llegaron los helenos, jonios liderados por Androclo, hijo de Codros rey ateniense, a fundar la polis griega. Aunque existe una versión que atribuye esta fundación a las míticas Amazonas.
A partir de entonces, por su posición estratégica a orillas del mar Egeo sobre la costa del Asia Menor (en la actual Turquía), Éfesos quedó en medio de la lucha entre griegos y persas. También estuvo involucrada en la guerra del Peloponeso entre Esparta y Atenas. Hasta que un lugarteniente de Alejandro Magno, Lisímaco de Tracia, la trasladó al actual emplazamiento y construyó sus murallas entre 289 y 288 a.C.
Tiempo después, en el siglo primero antes de Cristo, se convirtió en provincia del imperio romano. Pero también tuvo su pasado cristiano: los máximos líderes de ese movimiento, entre ellos Pablo y Juan, predicaron desde Éfesos. Incluso, una tradición asegura que aquí vivió hasta su muerte María, la madre de Jesús, acompañada por Juan "evangelista", huyendo de las persecuciones que sufrían en Palestina.
La grandeza de Éfesos terminó en el año 262 d.C., cuando invasores godos la asolaron y destruyeron el templo para siempre. Así la ciudad fue perdiendo importancia hasta ser abandonada.
Actualmente se accede a las ruinas de Éfesos por el puerto de Kusadasi, a tan sólo 6 kilómetros de la costa. Al ingresar, lo primero que aparece es el Odeón, el pequeño teatro. Desde allí, por la vía de los Curetos se llega a las Puertas de Hércules, la Fuente de Trajano, el Templo de Adriano y la Biblioteca de Celso. Aquí se dobla a la derecha y la vía de Mármol conduce al Gran Teatro y a la izquierda la Vía del Puerto para salir por el extremo opuesto.
Recorrer ese trayecto conociendo aquella historia, embarga de emoción. Andar por sus calles empedradas, con tanta ruina alrededor, sobrecoge profundamente.
Basta un poco de fantasía e imaginación para oír las voces del pasado: los hombres aseándose en los baños de Escolastiquia para luego entrar al burdel. Otros, más intelectuales, comentando los textos que habrían leído en la biblioteca más antigua de occidente. Las ovaciones de veinticinco mil personas en el Gran Teatro y, por supuesto, las multitudes que permanentemente colmaban las avenidas principales yendo y viniendo la ciudad.
No se puede menos que reflexionar acerca de lo efímero de la construcción humana. En esa especie de "ley de gravedad" histórica que hace ascender hasta el punto de la culminación para luego descender y caer al espacio de la ruina. Reinos, imperios, potencias coloniales. Mujeres y varones, gente importante y gente común. Nada ni nadie escapa a la finitud. ¿Pesimismo? NO, qué va, si no fuese por esa sabia condición de la vida, me hubiese sido imposible (yo, hombre de los siglos XX y XXI) recorrer, admirar y pensar por los rincones de Éfesos.
Con ojos de fotógrafo, corazón de poeta y gratitud de peregrino. Regresamos al camino con las imágenes y los sentires que dejamos atrás. Vaya este espacio para aligerar la carga, descorchar emociones y compartir senderos.
En el gran viaje de la VIDA..., viajemos por la vida
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario