Al día siguiente me alejé hasta La Cartuja. Hacía mucho calor y me suponía a varios kilómetros del alojamiento. Compré una lata de cerveza, me dispuse a caminar y preguntar por dónde volver, pero antes de acabar de beberla ¡¡¡milagro!!! Había llegado al hostel. No les contaré cómo porque tampoco lo sé: mas el ángel no me abandonaba.
Sin embargo, todavía faltaba lo más sorprendente y una de las mejores experiencias del viaje: luego de hacer unas imágenes nocturnas del río Guadalquivir, entré a un bar. Sólo un parroquiano se hallaba sentado a la barra: Miguel. No sé si ustedes me creerán, pero estoy convencido de que ese hermoso parlanchín (a quien jamás olvidaré), no era otro que el mismísimo ángel que encarnaba, además, a Don Miguel de Cervantes. Mientras compartimos un exquisito "rioja" me contó las historias más fantásticas envuelto en una nube de loca irrealidad: no sólo era Cervantes, también Don Quijote. Autor y personaje, ambos conmigo bebiendo vino junto al Guadalquivir. Si al recuerdo de mi querido ángel Miguel le sumo los naranjos, los carros tirados por caballos, los callejones, los puentes, el barrio de Triana, la Catedral, la Giralda, el Alcazar y el día que alargué la estadía para seguir disfrutándola... ¡¡¡Qué más podría decirles de aquella increíble Sevilla, la ciudad del Ángel!!!
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