Una pequeña entrada para una ciudad chiquita. El mejor de los recuerdos en una clara mañana acompañados por el dulcísimo imprevisto.
Era nuestro último día en el sur de Italia. Salimos de compras y a despedirnos de Amalfi. Estábamos en eso cuando vimos un city tour que subía la sierra rumbo a RAVELLO.
Decidimos tomarlo, con suerte haríamos tiempo para conocer otro sitio. El camino ya era prometedor: colinas verdes de vides y olivos en medio de un sendero serpenteante. El cielo muy azul por encima nuestro y
canzonetas sureñas alegrando el viaje.
En poco tiempo llegamos a destino. Ravello, ya lo dije, es pequeña. Como una hermosa casita con una ventana a la sierra y la otra al mar Tirreno. Los vehículos deben esperar en la entrada y no circulan entre las callejuelas floridas y empedradas del pueblito. Por supuesto tiene su iglesia, la plaza y un mirador.
Y Ravello también tiene cultura: un importante festival de música se realiza cada verano. No faltan las tiendas muy coloridas, los cafés y las casitas blancas cerradas con medianeras de piedra.
La visita a Ravello no duró demasiado, apenas un par de horas: lo suficiente para volverse inolvidable. Siempre recordaré ese pueblito, con su atmósfera limpia y clara. Pero sobre todo no lo olvidaré porque allí fui feliz porque sí, y la vida me convenció: SUS MEJORES OBSEQUIOS LLEGAN DE SORPRESA.
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