Cuando estudié la historia de Roma, lo hice con una sensación de opresión enorme. El imperialismo, el odio genocida contra Cartago, el desprecio hacia "los bárbaros", la avaricia de los patricios, la segregación de la plebe, el dolor de los vencidos y la degradación de todos en el circo. Sin sacarlo de su contexto antiguo, el Imperio Romano significó conquista, esclavitud e iniquidad extrema. Comprenderán que no era sencillo profundizar en su conocimiento.
Sin embargo,
Sin embargo,
"todos los caminos conducen a Roma" y, por fortuna, llegué a ella por el sendero de la reivindicación. Estar en esa ciudad maravillosa no sólo me reconcilió con su pasado sino que, sobre todo, me gratificó por su presente. Los foros de la urbe antigua entretejidos con la población moderna, los monumentos que te sorprenden en cada esquina, las pocas avenidas atravesadas por interminables callejones, los mármoles y los artesanos en las plazas. La redondez y los entrecruces de su trama, que te aproximan o te alejan a capricho. Las siete colinas, el lungo Tévere que corre lento y el Trastévere que te acoge hospitalario con pasta fredda. El aire italiano y la atmósfera cosmopolita, con su pesadez antiquísima y su más reciente frescura. Una ciudad a la que se sueña volver..., arrojando moneditas, de espalda y por sobre el hombro izquierdo, a la preciosa Fontana de Trevi.
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