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"todos los caminos conducen a Roma" y, por fortuna, llegué a ella por el sendero de la reivindicación. Estar en esa ciudad maravillosa no sólo me reconcilió con su pasado sino que, sobre todo, me gratificó por su presente. Los foros de la urbe antigua entretejidos con la población moderna, los monumentos que te sorprenden en cada esquina, las pocas avenidas atravesadas por interminables callejones, los mármoles y los artesanos en las plazas. La redondez y los entrecruces de su trama, que te aproximan o te alejan a capricho. Las siete colinas, el lungo Tévere que corre lento y el Trastévere que te acoge hospitalario con pasta fredda. El aire italiano y la atmósfera cosmopolita, con su pesadez antiquísima y su más reciente frescura. Una ciudad a la que se sueña volver..., arrojando moneditas, de espalda y por sobre el hombro izquierdo, a la preciosa Fontana de Trevi.
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