Según el mito, Hércules se enamoró apasionadamente de la ninfa Amalfi y vivía cautivado por su exhuberante belleza. Pero cierta vez, cuando el héroe salió a cumplir con uno de sus trabajos, Amalfi murió. Desesperado y sin saber qué hacer, el hijo de Zeus juró que buscaría el sitio más bello del mundo para enterrarla allí, honrando su hermosura. Luego de mucho andar, lo encontró al sur de Italia, sobre la costa del Tirreno, y aquella tierra tomó el nombre de AMALFI.
Mucho tiempo después, la región llegó a ser la más rica de la península, tanto que árabes y sarracenos intentaron conquistarla. Sin embargo, alcanzó su máximo esplendor en el siglo XI, como cuna de marinos y de las famosas "tablas amalfitanas" que rigieron la navegación, por entonces, en todo el mar mediterráneo.
No sé cuántos ni cuáles fueron los lugares que recorrió Hércules, pero luego de conocer Amalfi, no dudaré de su buen criterio para elegir la tierra donde depositó los restos de la ninfa.
Amalfi es cautivante desde la cima del acantilado hasta la costa y de principio a fin de su ínfimo territorio. Allí todo es diminutamente encantador: el muelle, el mar y el pueblo. De modo que no me extenderé para no menoscabarla con exceso de palabras. Sólo agregaré que si caminas desde la escollera hasta la playa te enamorarás en azul. Y si te adentras al poblado andarás en redondo por entre sus callejuelas para salir siempre a la plaza, dando gracias de estar vivo y saboreando un limoncello.